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Trespies

  • Foto del escritor: EL ÁGORA DE LOS CONTESTATARIOS
    EL ÁGORA DE LOS CONTESTATARIOS
  • 19 jul 2020
  • 8 Min. de lectura

(Colombia)


Trespies - Estiven González Molano

Es una gran montaña compuesta de otras montañas. Da la impresión de ser una favela. Sobre esas montañas, dispersas, hay un par de fincas. Van de forma ascendiente, de manera que los que están más arriba pueden ver el patio trasero de los que están más abajo. En una de esas fincas de las cordilleras ínfimas, hay una familia; una pareja de esposos y una pareja de hijos, un niño y una niña. Tienen diferencia de edad, el hombrecito es mayor. Desde la vereda de enfrente, se comprende una fachada colorida que promete opacar la rusticidad en la que se edificó la finca. Un jardín amarillo. Una ventana azul. Una puerta roja. En el ámbito se escucha un pájaro cantar; emite dos negras que se aferran al compás selvático. El día cae. La puerta está abierta y se ve una mujer de al menos cuarenta años con un delantal. Tiene un teléfono en la oreja. Se le escucha decir:

Luego del grito de guerra, se entienden varios disparos más, muchos más. Como si se tratara de una docena de hombres intercambiando balas. Una nube de pólvora cubre a Marco y a los hombres que están en la oscuridad junto a sus motocicletas. Se dispersa. Uno de los tres hombres está en el lodazal con un enorme hueco en la cabeza manando sangre a borbotones. Los otros dos, están ilesos y permanecen con el brazo estirado, empuñando cada uno un revolver. Marcos sigue de pie. La nube de pólvora lo sigue cubriendo un poco. Marcos sigue de pie, aunque con varios orificios escarlatas en el pecho, en el estómago y otro par en las piernas. Tiene la mirada confundida, pero permanece la furia. Aprieta los dientes. Empieza a toser seco, como un perro de la plaza. Tambalea y hace varios intentos para caer. Pero se mantiene. Sigue tosiendo y emite, de vez en cuando, un quejido leve. Cae de rodillas. Mira el mundo como lo conoce, como su finca, como su hogar, por última vez. Luego, cae muerto hacia atrás. El pájaro sigue con su tonada. Uno de los hombres guarda su arma, en el pantalón, en la parte de atrás, y empieza a esculcar el cadáver de su compañero. El otro, camina despacio hacia la casa. La revisa minuciosamente desde la entrada. Está siendo guiado por el revolver. Entra a la primera habitación. El pájaro, un disparo, un grito ahogado de mujer. El pájaro, otro disparo, nada. Luego, hay alboroto. Algo se quiebra. El hombrecito sale corriendo con destino a la puerta trasera, pero lo frena un disparo en la espalda. Cae como cualquier cosa, menos como un humano; sigue respirando, ahogado. Un último disparo. El pájaro ya no canta.

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