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Envidia de la estrella

  • Foto del escritor: EL ÁGORA DE LOS CONTESTATARIOS
    EL ÁGORA DE LOS CONTESTATARIOS
  • 3 ago 2020
  • 3 Min. de lectura

Autor: Leviatán


Envidia de la estrella

Cada cierto tiempo, en las entrañas más remotas e inexistentes del cosmos, tiene lugar un evento de proporciones bíblicas que se apodera por completo de la solemnidad del firmamento; una situación que pone en jaque aquella consigna de cooperación celeste, sumiendo a la armonía nupcial del universo y los cuerpos espaciales en una reyerta de egos flamígeros. Este fenómeno es conocido como «envidia de estrella».

Las estrellas relucen en la inmensa oscuridad del vacío, silenciosas en la eternidad del todo, como una perla que se oculta bajo el mar aguardando a que alguien la encuentre y contemple a detalle su fulgor. Sin embargo, esta misma propiedad de resplandor las reviste de un marcado egocentrismo al considerar que su luz es la única instancia digna de combatir la imponente bruma del espacio, lo que provoca que las estrellas adopten una actitud de superioridad y prepotencia frente a sus demás compañeros celestiales. La situación es tal que dichas fogosidades son reacias, incluso, a otros miembros de su casta; cada estrella es para sí lo que el agua es para la vida, premisa que es bastante curiosa, pues se estima que existen más de 194.

Este narcisismo presente en las estrellas es la condición indispensable para que un evento de envidia estelar pueda acaecer. Así, suspendidas en medio del todo sideral, cautivas de su propia esencia y recelosas de sus congéneres, las estrellas arrojan irradiaciones de luz hacía todas las direcciones del universo conocido, tratando de cubrir cuanta penumbra sea posible, pero sobre todo, procurando que dicha luminosidad sea la más intensa; un resplandor tan sagaz que haga palidecer a los demás en contraste, como si no fuesen más que simples recuerdos difusos. Una competencia eterna entre orgullos astronómicos.

De vez en cuando, en medio de esta batalla de exorbitantes egos, puede suceder que una nueva estrella aparezca en el desmigajado firmamento, una tan brillante e impetuosa que opaque de sobremanera al resto, incluso a las más grandes y vigorosas hasta entonces conocidas. También puede acontecer, de total improvisto, que una de esas pequeñas estrellas observables, insignificante partícipe en el violento conflicto por ser el único proveedor de albor estelar, adquiera de repente un esplendor que le permita rivalizar con el fulgor chauvinista de las estrellas más grandes, sofocándolas bajo el halo de su gloria. Estas coyunturas cataclísmicas dejan en una situación crítica a esas estrellas que durante la cúspide de la lucha dominaron con fervor; condenadas a observar con desespero como aquellos nuevos y fortificados enemigos robustecen su refulgencia, mientras que ellas se ahogan en el sordo olvido del vacío, haciendo que la tan anhelada supremacía lumínica se les escape con una pasmosa lentitud de las manos.

Es entonces cuando ocurre el fenómeno conocido como envidia de estrella. Para evitar que esas nuevas incandescencias acentúen un alcance todavía mayor, todas las estrellas que se vieron damnificadas por la aparición de estos advenedizos, invasores del imperio de la ambición individual, incrementan la potencia de su combustión buscando avivar el encanto de su brillo, dispuestas a utilizar cualquier medio que les sea posible, trayendo como consecuencia un aumento en la velocidad en que se consumen a sí mismas: un último mecanismo de defensa contra aquellos de su propia calaña. En este punto, las estrellas han desquiciado todo ápice de razón, no piensan en otra cosa más que en superar la lumbre impía de sus adversarios. Al final, producto del desgaste insostenible que conlleva igualarse a otros, del vahído progresivo de sus burbujas herméticas, del decrepito brío de sus pasos, de la respiración prematura de sus pulmones, de la herida magullada que la desangra y de la vida que se drena en un resplandor cada vez más tenue, la estrella acaba sucumbiendo, se extingue en una majestuosa explosión que encandila a todo al universo.

Según diversas observaciones de astrónomos sociales que han dedicado toda una vida al estudio de este fenómeno, parece que el mismo tiende a repetirse de manera cíclica, pues distintas sociedades a lo largo de nuestra historia, pasando por los templos mayas y los proverbiales coliseos romanos, han reportado la presencia de este conflicto de astros desatado en el artificio del cielo, y todo apunta a que, justo ahora, un fenómeno de estas magnitudes está teniendo lugar en nuestra época.


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