El júbilo de los males olvidados
- EL ÁGORA DE LOS CONTESTATARIOS
- 5 jul 2020
- 2 Min. de lectura
Autor: Leviatán

Había llegado de la tienda esquinera de Doña Irene donde solía fumar todas las tardes. Por alguna razón, el camino a casa fue más solitario que de costumbre, su única compañía eran los perros callejeros que caminaban junto a él, olfateando el tenue olor de la nicotina impregnada en su ropa, solo para alejarse desinteresados poco tiempo después. En casa, nada parecía fuera de lo común: su esposa lo saludó alegremente cuando entró, le ayudó a quitarse los pesados zapatos platineros como de costumbre y, enseguida, le sirvió una cena de frijoles recalentados del día anterior. Sin embargo, algo llamaba su atención: su mujer —una robusta y cariñosa señora con la cual llevaba más de doce años de relación— no lo había recibido con el bien acostumbrado beso de bienvenida que solía darle desde el día en que empezaron a vivir juntos, además, la televisión se hallaba encendida proyectando el canal de noticias, algo raro, puesto que su esposa solo miraba novelas que, para esa hora, ya deberían de haber pasado. Pensando que aquello no era más que desinterés o simple aburrimiento, dejó el tema de lado para dedicarse a leer el periódico. Mientras leía, empezó a toser desmedidamente, era una profunda toz seca que trataba insistentemente de disimular escondiéndose tras el papel, pero fue en vano, la expresión de su mujer se tornaba cada vez más alterada a medida en que lo escuchaba carraspear sin control. Fue un caos: ella llamó a la policía, quienes llegaron casi de inmediato vistiendo trajes de aislamiento, los nerviosos vecinos se asomaban nerviosos desde las ventanas para ver la aterradora escena y aquel hombre fue llevado de inmediato a un hospital. Una vez allí, todo fue un alivio, pues se confirmó que no tenía coronavirus, solo se trataba de un simple cáncer de pulmón.
Comments